Este año he tenido mi blog bastante abandonado en una especie de paréntesis virtual, dentro del cual se han sucedido varias publicaciones de las que no he dejado constancia por aquí. Como tengo novedades de cierta relevancia para los próximos meses, me he decidido a actualizar y compartir lo más destacable de este año para ir dejando paso a lo nuevo que irá poco a poco emergiendo.
En abril de este año se publicó la revista Psicogénesis explosiva dentro del marco de la I Muestra Internacional de Spoken Word Bilbao, perteneciente al festival de las letras Gutun Zuria. Puesto que el festival giraba en torno al bicentenario del nacimiento de Henry David Thoreau, desde el equipo de Spoken Word Bilbao me pidieron que escribiera un artículo alrededor de este tema. El escrito apareció en Psicogénesis explosiva bajo el título “Thoreau y la revolución venidera”, con ilustraciones de Dani Orviz y Liébana Goñi en español, euskera e inglés.
Dado que se trata de una edición limitada (y por ello, más valiosa: los contenidos del interior son una verdadera maravilla literaria y ecléctica), me permito reproducir aquí mi texto.
Thoreau y la revolución venidera
por Mónica Caldeiro
El 4 de julio de 1845, Henry David Thoreau se dispuso a ocupar la casa que había construido con sus propias manos a orillas de la laguna de Walden, en un terreno propiedad del poeta y trascendentalista Ralph Waldo Emerson. Allí se dispuso a llevar a cabo un experimento de vida en el bosque que duró dos años, a raíz de los cuales escribió su más conocida obra. En 2017 se cumplió el bicentenario de su nacimiento, y las múltiples reediciones que han salido de su obra en los últimos años dejan patente no sólo la continuidad de las palabras del escritor de Nueva Inglaterra, sino también cómo ciertas problemáticas a las que reaccionó con sus acciones y pensamiento, de los que dejó testimonio tanto en Walden(1854) como en Desobediencia civil (1849), siguen patentes a día de hoy, aunque la corriente a la que prendió mecha ha evolucionado a través de otras mentes y también otras revoluciones.
En Walden, Thoreau no reivindica una vida eremita, sino un regreso a una sencillez despojada de todo lujo material para entender la abundancia sólo en sintonía con las bondades que provee la naturaleza. Simplicidad que, además, trae consigo la libertad del hombre que no necesita intercambiar fuerza de trabajo a cambio de dinero, o viviendo esclavizado por el mantenimiento de su propia granja, o sometido la mayor parte de su vida al alquiler o compra de una vivienda moderna. Este pensamiento, profundamente revolucionario ya en la etapa del Estados Unidos pre-capitalista, aparece reafirmado con su aseveración de que durante cinco años vivió sólo del trabajo de sus manos, trabajando un total de unas seis semanas al año. Este modo de entender una economía frugal basada en vivir únicamente con lo que uno obtiene mediante su trabajo, que él denomina de “pobreza voluntaria”, es parte de una base no sólo económica sino relacional entre el hombre y la naturaleza. Y yendo más allá, esa pobreza que no es sino una sencillez escogida en lo material resulta también fundamental para “ser un observador sabio e imparcial de la raza humana”, es decir, un filósofo, entendiendo al hombre que pondera no como un pensador perdido en la maraña de sus propios pensamientos, sino como un intelectual sabio y clarividente capaz de manifestar la brillantez de su intelecto en los asuntos prácticos de la vida. Esta concepción de la filosofía se halla más cercana a una “mente oriental” de corte budista, al afirmar que “ser un filósofo no consiste en tener pensamientos sutiles, ni en fundar una escuela, sino en amar la sabiduría tanto como la vida que está de acuerdo con sus dictados: una vida de simplicidad, independencia, magnanimidad y confianza”. Esta vida sencilla, digna, directa, autosuficiente y conectada con la naturaleza es la base del anarquismo individualista de Thoreau, tan influyente para pensadores y activistas revolucionarios de su propio siglo y de los siguientes.
Poco más de cien años después, el poeta Gary Snyder retomaría la herencia de Thoreau en cuestiones vitales, políticas y filosóficas. Fuera trabajando como guardabosques y recorriendo a pie el territorio, o estudiando budismo en Japón bajo la tutela de un maestro, Snyder encontró tanto en Thoreau como en el zen Rinzai los puntos de anclaje necesarios para encarar su propio recorrido y afirmar su ideología. En un breve ensayo de 1961, Buddhist Anarchism, más tarde publicado también como Buddhism and the Coming Revolution, Snyder desarrolla una visión sociopolítica de las enseñanzas budistas donde se observa una fuerte influencia de Thoreau, el budismo zen y un anarcopacificismo individualista y ambientalista del que Thoreau fue el gran primer exponente. En su ensayo, Snyder recuerda la “pobreza voluntaria y alegre” del budismo como una “fuerza positiva” y la codependencia budista de sabiduría y compasión como inseparables, señalando que ambas fuerzas —la comprensión del ser mediante la práctica de la meditación desarrollada por Oriente y la revolución social encabezada por Occidente— son necesarias para liberar a los seres humanos y demás habitantes del mundo natural de los sistemas económicos y políticos que aniquilan la vida a favor del materialismo, el capital y la división de clases.
Ese regreso a la vida sencilla y autosuficiente, esa mirada integradora del hombre en la naturaleza que lo despoja de su antropocentrismo, y ese respeto por la biodiversidad y los ecosistemas desde una ética que contempla al hombre, filosóficamente, en su relación con el mundo natural, son rasgos que se encuentran en la obra de Snyder y que nos llevan a la corriente de la ecología profunda, en tanto que entiende al hombre como una parte integral de la naturaleza y no como un agente explotador de recursos, hacedor de un uso excesivo de ellos para justificar su supervivencia. En Buddhist Anarchism Snyder también plantea, de forma muy escueta, temas que atañen a esta relación equilibrada mediante propuestas como linajes matrilineales, economías comunitarias, menor industria, menor población y un aumento de los parques nacionales y zonas protegidas.
Por breve que sea, es indudable que Buddhist Anarchism contiene una base ideológica cargada de tradición espiritual y política, con un pie en un linaje que mira hacia el futuro. Sin embargo, es en su ensayo La práctica de lo salvaje (1990) donde Gary Snyder desarrolla su visión espiritual de la ecología, que él denomina “budismo arcaico”, enraizado en las culturas aborígenes de Norteamérica. Su discurso defiende el orden salvaje del bosque contra la intervención humana en el exterior, y la imaginación y la mente salvaje, caótica y libre, en el interior del ser humano. En su obra redefine lo “salvaje”, tan denostado por el llamado “mundo civilizado”, y para ello no deja de citar las palabras de Thoreau: “Dadme una naturaleza salvaje que ninguna civilización pueda soportar”. Porque lo salvaje que emana de las palabras de Snyder es, en la naturaleza, lo boscoso que está en contacto directo con el ser humano y que le ofrece el constante relato de la vida y la muerte, manteniendo su propio orden, ajeno a la voluntad humana. Al nivel de la estructura social, lo salvaje apunta a las culturas primigenias “moradoras originales y eternas de su territorio”, que mantienen una relación sostenible con su entorno natural. En el individuo, lo salvaje es lo valiente y autosuficiente, manteniendo el guiño a Thoreau. En la mente, lo artístico y lo imaginativo cuya conducta salvaje es “natural, libre, espontánea, no condicionada. Expresiva, física, abiertamente sexual, extática”.
Pero el éxtasis no puede entenderse desde la destrucción; sólo puede darse a través de la comunión, de la unión completa. Thoreau, que definió una vez su trabajo como “inspector de tormentas, nieve y lluvia”, nos recuerda la función trascendental del hombre a través de la observación detallada de la naturaleza, en momentos de contemplación suspendida “entre dos eternidades, el pasado y el futuro, que no es sino el momento presente”. Es el acceso continuo a ese presente el que conecta al hombre con el mundo natural, mientras que la transformación social, en constante desarrollo y necesidad, clama por acciones concretas que correspondan a las necesidades de su tiempo. Y no sólo según el ser humano, sino conforme al hombre y su entorno: sus bosques, sus ríos, sus cordilleras y sus lenguas, pero también sus mentes. Porque la desobediencia de la que habla Thoreau no es sólo una reacción contra el gobierno o unas leyes injustas, sino la libertad radical del hombre en vida sencilla y austera, en contacto permanente con aquello que le devuelve el espejo de lo que él mismo ha aprendido a llamar vida.